(Extracto de la publicación muy interesante y recomendable de Los Picos de Europa, redactado por Ana Moriyón)
Se adentra en el Parque Nacional de los Picos de Europa con la emoción de un niño al que sus padres le han anunciado que podrá disfrutar de un apasionante paseo entre animales salvajes. Sabe que muchos no se dejarán ver a simple vista, pero también que un recorrido por el espacio protegido que comparten Asturias, Cantabria y Castilla y León nunca defrauda al visitante amante de la naturaleza.
Deambular por sus valles, sus bosques, sus montañas y sus desfiladeros ya merece la pena por sí solo, pero, además, sus diferentes ecosistemas generan distintos hábitats propicios para dar cobijo a una gran variedad de vida salvaje, representativa de la fauna cantábrica que siempre sorprende al montañero.
Los Picos de Europa desde los Lagos de Covadonga, en la vertiente asturiana, es una zona muy humanizada y con gran carga ganadera que convive, no sin problemas, con la fauna salvaje del lugar. Las vacas están tan acostumbradas al paso constante del turista que no se inmutan por su presencia. Comienza a continuación la incursión hasta la base norte del Peña Santa, uno de los puntos más altos del parque nacional, y avista en el primer tramo de su paseo varios buitres que merodean la zona. Su abundancia hace que sea muy fácil encontrarse con ellos. «Hay una población de 140 parejas reproductoras y viven todo el año en el parque», explica Borja Palacios, biólogo del Parque Nacional de los Picos de Europa.

El camino está lleno de barro, pero no hay mal que por bien no venga. La inestabilidad del terreno hace que se distinga fácilmente el rastro de un jabalí. Son animales que abundan dentro y fuera del parque, pero que no se dejan ver a menudo, aunque los parches de tierra que dejan buscando raíces en los pastos son muy comunes. Las huellas de corzos, tejones y zorros también son constantes a lo largo del recorrido. A estos últimos se les conoce como «oportunistas», puesto que lo mismo les sirve alimentarse con los restos de basura humana, que robar los huevos de un nido de perdices, cazar un pato en el lago Ercina, comer ratones o matar un cordero. Encontrarse con alguno a la luz del día es prácticamente imposible, pero las huellas en el sendero añaden misterio al viaje por el interior del parque.

Se adentra ya en terreno de caliza y, entre pequeños bosques con hayedos y avellanos, distingue al rey de los Picos: un rebaño de rebecos que saltan y trepan con tanta agilidad como elegancia por colgados neveros le sorprende a lo lejos. La estampa no solo merece ser captada con la cámara fotográfica, sino también una larga parada para su contemplación. Es otoño, periodo de celo para esta especie, y los machos sacan toda su agresividad para hacerse con su harén de hembras. Es sin duda la especie más emblemática del parque con un último censo elaborado de unos 5.600 ejemplares la población actual, prácticamente recuperada tras la sarna que castigó a la especie hace una década.

Bandadas de aves sobrevuelan el espacio protegido constantemente. El espectáculo es un auténtico regalo para la vista y el merecido descanso a esta altura del camino tiene doble recompensa. En ese momento bandadas de pequeños gorriones y chovas se distinguen con bastante facilidad y, de pronto, la silueta de un águila real completa un paisaje idílico. Apenas hay seis o siete parejas reproductoras de águilas reales en todo el parque. Pueden parecer pocas, pero se trata de una densidad normal porque es un ave que no comparte espacio con otros ejemplares de su misma especie. El mismo dominio que tiene del territorio el halcón peregrino, también presente en este parque.
Igual de complicado es disfrutar del vuelo de un alimoche puesto que, en este caso, únicamente habita el espacio protegido entre marzo y septiembre, cuando abandona el norte de España para migrar en busca del calor africano. En verano conviven en este parque apenas cuatro o cinco parejas, pocas si se compara con otros territorios próximos a los Picos.
Huellas de corzos, tejores y zorros son comunes en cualquier recorrido. El resto del paseo por el bosque es un regalo para los oídos. Se escucha el sonido del pico picapinos, el pito negro y el arrendajo. Y, de nuevo en zona de caliza, vuelve a toparse con un rebaño de rebecos, que se reparten por todo el territorio protegido, y la pisada de algunos carnívoros fáciles de identificar, como la del tejón, que deja en la tierra la marca de las uñas y la planta. Llega a Valdeón y el río Cares le ofrece el último regalo de su excursión por los Picos. En una zona arenera, debajo de un puente, se distinguen con claridad las huellas de una nutria. Ha sido un paseo fantástico aunque, como muchos visitantes, se aleja del parque apenado por no haberse encontrado con ninguno de los catorce quebrantahuesos reintroducidos paulatinamente desde 2011 en los Picos de Europa, tras su extinción hace más de medio siglo. Ése es un privilegio reservado para muy pocos. Como el de avistar uno de los cuatro o cinco osos que cada año atraviesan el parque durante cortos espacios de tiempo en busca de zonas de alimentación. Está claro que queda pendiente una nueva visita.
Fuente: Diario Montañés
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